Desde que empecé a trabajar en el campo de la responsabilidad social, y luego con mi camino en el emprendimiento social y los negocios inclusivos, he advertido una necesidad urgente de todos los que trabajamos en este campo: estar atentos a no permitir que la presunción de buena fe nos lleve a lugares oscuros donde el discernimiento se vuelve borroso. Es fácil caer en un activismo basado en la buena fe y en la ilusión de un mundo donde las empresas tradicionales y las nuevas son “conscientes” y “sostenibles”. Por supuesto que hay buenas prácticas, pero tener una perspectiva blanco/negro nos limita, y no nos permite ver la ambivalencia y la contradicción que está presente en la práctica social de la vida de cualquier empresa, de cualquier organización, y de cualquier persona.
El por qué y el para qué de las acciones son temas que siempre han capturado mi atención (ver aquí, y aquí). Más, desde que fue claro para mí la ilusoria neutralidad que rodea todo lo que hacemos (ver aquí). Por ello, este artículo de Patricia Legarreta que se interroga sobre los límites de la observación participante y las formas en que las metodologías de trabajo de la antropología se vuelven “instrumentos de dominio y represión”, me impactó profundamente. Su artículo es provocador y crudo, y nos lleva, a los que incorporamos estas perspectivas y metodologías, a preguntarnos directa y personalmente por las implicaciones de las investigaciones y trabajos que realizamos. El artículo de Patricia se refiere a investigaciones como evaluaciones de impacto y mapeos de actores del territorio y de formas de organización social, que son encargados y utilizados por el Estado y las empresas para ejercer control sobre territorios, usualmente en beneficio de la “represión y disipación de la organización popular”. Esto es particularmente grave, dice Patricia, en especial porque no hay estudios sobre las élites empresariales, o sobre la forma como se organizan los cárteles empresariales. Así que, concluye, “la antropología hoy sirve a las élites más que a los dominados”.
Su artículo invita a realizar una reflexión sobre el uso que se da a las investigaciones que se realizan para las empresas, y al servicio de qué objetivo son empleadas. Quienes hacemos consultoría e investigación sobre el quehacer de la empresa, ya sea desde organizaciones o de manera independiente, deberíamos sentirnos aludidos y preguntarnos el para qué de lo que hacemos y cómo es usado el conocimiento y herramientas que entregamos a las empresas.
Me interesan las transformaciones empresariales que buscan generar impactos positivos en la sociedad, esta es la razón por la cual me enfoco principalmente en un tipo particular de prácticas empresariales: de corte inclusivo, social, o ambiental. Durante los últimos años he mapeado casos de negocios inclusivos, actores de innovación social, me he preguntado cuáles son las prácticas de negocios que buscan el impacto social, si los negocios inclusivos logran generar empoderamiento o no, si es válido promover emprendimiento sociales en todos los sectores, cuáles son las tensiones que existen y que aparecen entre los participantes de proyectos de desarrollo rural, y recientemente, cómo crear marcos conceptuales explícitos que permitan el trabajo articulado de las empresas, y que tengan como propósito un desarrollo rural más “emancipatorio”.
En cada proceso he procurado tener plena consciencia de desde donde planteo preguntas (con qué supuestos y con qué lógicas) y en dónde y cómo busco las respuestas (qué decido ver y qué ignorar). He aprendido en el camino que aunque es bonito partir de la buena fe, es necesario construir miradas desapasionadas donde tengan lugar el conflicto, la contradicción, el ejercicio del poder, y las múltiples racionalidades.
Comparto tres ideas que pueden ser útiles para otros profesionales que ejercen la investigación y la consultoría, y que se cuestionan por las implicaciones de su trabajo:
- Con nuestro trabajo además de resolver preguntas específicas de las empresas, ayudamos a crear argumentos que son usados en otros contextos, a impulsar ideas y narrativas, y a validar formas del hacer. No es una responsabilidad menor, y no debe se tomada a la ligera. Por recomendaciones hechas en consultoría se despide gente, se hacen transformaciones en estructuras, se recortan programas, se crean nuevos planes de acción. Que no nos gane el tecnicismo y nos quedemos sin humanidad. Es imperativo identificar las consecuencias de las recomendaciones y ofrecer rutas de transición y amortiguamiento cuando sea el caso. Recordemos a quién servimos realmente, a la sociedad en su conjunto!
- Hay temas que no son estudiados, o al menos, no son tan notorios como otros. No por ello deben ser ignorados o justificados. En Colombia hay al menos dos ejemplos recientes de casos de corrupción empresarial: el caso del Cartel de los pañales y del papel higiénico y Odebretch. Esas experiencias son relevantes y significativas, y nos dan clara idea tanto de la posible bipolaridad empresarial y del yo-dividido, como de los intereses y racionalidades que se manifiestan en el mundo de los negocios. Todo ello está presente en el repertorio de acción empresarial. Reconocer y no ser ingenuo debería ser la premisa. Este repertorio está ahí, y conforma un imaginario simbólico de lo que significa hacer empresa. Éste se viene transformando lentamente, es cierto, pero aún lo conforman todo tipo de prácticas anacrónicas.
- Trabajar en el campo de los negocios de impacto social debería significar siempre un compromiso decidido por tal impacto. No porque las empresas sean realmente o se autodenominen sociales o de impacto deberíamos tener una mirada acrítica. En la reflexión sobre su quehacer y en el identificar las brechas, está el potencial de construir lo venidero; tanto por identificar lo que sí funciona y está construyendo nuevas formas de economía, como lo que aún necesita tiempo para trascender las lógicas tradicionales de negocio que están en la base del declive del sistema tradicional.